“Aquí no hay sino dos culpables: tú, por oprimir a mi pueblo, y yo por querer liberarlo”. Así contestó José Gabriel TUPAC AMARU al Visitador Areche en el Cusco, 1781. Aquellas palabras históricas dirigidas al representante del Rey de España nos grafica en la mente: un escenario social con opresores y oprimidos; actores opuestos, uno que oprime y otro que quiere liberarlo. Imaginamos el siglo XVII e inicios del XVIII a caciques o curacas; condes y marqueses; hacendados, campesinos y esclavos negros; indios, criollos y mestizos; virreyes y corregidores; frailes o sacerdotes; minería, mita, mitayos y la ambición por el oro y plata.
Ahora bien, aquella ambición trajo los azotes y otras crueldades para los indios dentro de los socavones seguida de muerte como animales y sin pago por su trabajo, así denuncio Diego Cristóbal Túpac Amaru el 29 de agosto de 1781. La prédica contra la mita minera fue expuesta en la gesta revolucionaria, pues, la incidencia en la agricultura era el abandono forzado para trabajar en las minas. A falta de mano de obra en las minas se decía que el Perú tiene inagotables “minas de indios”. Testimonios sobre la crueldad que sufría el indio en la minería lo dieron Fray Diego de Ocaña y el franciscano Buenaventura de Salinas y Córdova. Es incuestionable, sin la mita se hundía la minería imperial española, como corsarios ingleses hundían buques con bandera de España cargados de oro y plata. Por el trato inhumano, la forma predatoria y puramente extractiva del precioso mineral ha generado rebeliones, luchas y otros eventos que la historia colonial peruana registra.
En lo medular de este comentario está el oro y plata habidos en tierra de los Incas. Los metales se convierten en la codicia de los españoles a partir de 1532 en Cajamarca, donde se produce la primera estafa, el primer secuestro, extorsión y asesinato con varios ladrones. La historia de la minería en el Perú sigue escribiendo hechos parecidos, pero con diferentes actores, otros escenarios sociales, pero el mismo metal, oro y plata. No hay rebelión, pero hay conflictos medio ambiental en Cajamarca. No hay crueldad en socavones, pero hay reclamos salariales y una ciudad más contaminada del mundo (la Oroya); no hay opresión, pero sigue la exclusión; no hay caciques, curacas y virreyes, pero hay dirigentes gremiales, presidente regional y ministros que no dialogan, generando que 2 miembros de la Iglesia faciliten el diálogo; no hay sacerdotes o frailes del siglo XVII, pero hay sacerdotes ambientalistas denunciados, excomulgados y encarcelados; no hay corsarios ingleses, pero hay robo o corrupción desde el Estado; no hay felipillos, pero algunos dirigentes han recibido cheques en blanco de empresarios mineros para callar, no ver, ni escuchar, ¿cuándo no?, según denuncia el ultimo domingo 22 un canal de televisión; no hay lucha por otra independencia, pero sí por la vida y protección del ambiente.
Estamos, entonces, ante expropiaciones e invasión de tierras comunales, contaminación y depredación ambiental. Los daños ocasionados constituyen atentados contra los derechos humanos. 400 años después de explotación minera no podemos decir que la calidad de vida ha mejorado por la minería. Los beneficios económicos de la minería tiene que ser compartida, donde hay un perjuicio, hay beneficios. ¿Oh eliminamos la utilización suntuaria del oro como metal “precioso”?.
Estamos, entonces, ante expropiaciones e invasión de tierras comunales, contaminación y depredación ambiental. Los daños ocasionados constituyen atentados contra los derechos humanos. 400 años después de explotación minera no podemos decir que la calidad de vida ha mejorado por la minería. Los beneficios económicos de la minería tiene que ser compartida, donde hay un perjuicio, hay beneficios. ¿Oh eliminamos la utilización suntuaria del oro como metal “precioso”?.
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